“Lo paradójico es que a través de esa pantalla parecemos estar conectados con el mundo entero, cuando en verdad nos arranca la posibilidad de vivir humanamente, y lo que es tan grave como esto, nos predispone a la abulia”. Para Ernesto Sábato, en su obra La Resistencia, la televisión es “el opio de los pueblos”. Los espectadores, muchas por veces por pensar que no hay algo mejor, se pasan horas frente a la pantalla, descartando otras actividades. Hasta llega al punto de dominar una rutina.
El poder de la TV, de la imagen, es enorme. Lo había previsto otro escritor, George Orwell, en su libro 1984, la más famosa de las distopías. En él, la “telepantalla” gobierna a los hombres. Hay por lo menos una en todas las casas, en lugares públicos, hasta en el baño: el aparato vigila cada una de las acciones de las personas. Al mismo tiempo, transmite imágenes, sonidos, música, siempre conforme a las políticas del Partido y del Gran Hermano.
“La pantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato”, relata Orwell en su obra. Cada imagen, cada dato que emite la telepantalla es indiscutible. El receptor sólo lo acepta mecánicamente como la verdad absoluta. Aunque la realidad lo niega, la otra, la virtual, es la que prevalece. Un fragmento lo grafica: “Un trompetazo salió de la telepantalla vibrando sobre sus cabezas. Pero esta vez no se trataba de la proclamación de una victoria militar, sino sólo de un anuncio del Ministerio de la Abundancia (…) Por lo visto, habían existido hasta manifestaciones para agradecerle al Gran Hermano el aumento de la ración de chocolate a veinte gramos cada semana. Ayer mismo, pensó, se había anunciado que la ración se reduciría a veinte gramos semanales ¿Cómo era posible que pudieran tragarse aquello, si no habían pasado más que veinticuatro horas? Sin embargo, se lo tragaron”.
Hoy, en el 2010, se suele utilizar como prueba de la veracidad de algo la frase “pero si lo vi en la TV”. Según este concepto, la pantalla parece limitarse a reproducir la realidad. El factor visual, la transmisión en directo alimenta el mito de que “las letras son signos y las imágenes realidades”. Por lo tanto, el espectador de la TV, o el esclavo de la telepantalla no contrastan la información que recibe con lo que verdaderamente experimenta.
Cierra Sábato: “No vemos lo que no tiene la iluminación dela pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos perfumes. Ya ni las flores los tienen”.
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